El tiempo (parte 1)

Antoine D'Agata


 

Lo más común es encontrar que en fotografía se hable de tiempo como un factor, un elemento que se controla con la cámara, pero la relación que tiene la fotografía con el tiempo es algo único y bastante especial. Si bien decíamos que el foco es un atributo exclusivo de la fotografía, es algo que pasa en su cien por cien como una decisión del fotógrafo, por eso lo entendemos también como un recurso. Pero el tiempo es diferente. 


Con los años que pasas relacionándote con tu cámara y buscando una fotografía que hable por ti, lo natural es comenzar a hacerse sensible al tiempo.


Una fotógrafa amiga, Verónica Ibañez Romagnoli, trabajó hace unos años un proyecto de fotografía en el que retrataba el paso del tiempo a través de las luces que se proyectaban sobre distintas superficies. Esas típicas luces que enamoran por la forma en la que entran por la ventana las convirtió en secuencias, las imprimió en superficies transparentes y las puso una sobre la otra con una luz de fondo que les daba una sensación de tridimensionalidad que invita a recorrerlas con un juego de cabeza de lado a lado. Fue la primera exposición de fotos en cajas de luz en Chile.


De ese proyecto salieron muchos imitadores, pero el trabajo de Verónica Ibañez lo considero especial, no por ser el primero, sino porque lograba mostrar el tiempo como un registro, no como un factor al que la fotografía se ciñe o al que se esclaviza.

De ahí es que podemos entender el tiempo en dos, y hasta tres planos diferentes al momento de hacer fotografías.


Hay que tener presente, para comprender de lleno el factor tiempo, que la fotografía es la primera expresión artística que necesita de la realidad. Pensémoslo así, la música puede venir por inspiración, la escritura viene de ideas que toman forma en la cabeza, la pintura, el dibujo, la escultura, todas pueden ser construidas primero en nuestra mente y ser llevadas a la realidad solamente basados en nuestra imaginación. La fotografía, a diferencia del resto, necesita un algo para ser fotografiado, no puede nacer de la nada.


El puro hecho de necesitar de esa realidad obliga al fotógrafo a situarse en un espacio y tiempo definido, un lugar y un momento donde disparar la foto.


Teniendo esa idea básica de la realidad como una de las mayores reglas de la fotografía podemos entender el concepto del tiempo, ya no como algo que simplemente rige o manda sobre la imagen, sino como un factor con el que el fotógrafo debe aprender a relacionarse.


De los tres planos en los que podemos entender el tiempo hay uno que tiene que ver con una idea técnica de la fotografía y más que nada se trata de aceptar que la foto y el momento no son lo mismo. Esto puede parecer confuso pero cuando escuchamos las visiones de distintos fotógrafos la idea comienza a cobrar sentido.


Hace unos años atrás, cuando sentía que mi fotografía tenía ya una base técnica, di el paso que para muchos se convierte en uno de los más difíciles y para otros simplemente nunca llega: tomé la decisión de mostrar mi trabajo a algún fotógrafo que considerara un grande, no necesariamente que trabajara mi estilo, la única idea era que alguien me dijera algo. Fue después de mucho insistirle a varios fotógrafos que Antoine D’Agata me dio un par de minutos para que le mostrara mis fotos. Cuando le mostré una pequeña colección que tenía de fotografía nocturna su comentario fue corto y simple: tú no entiendes la noche.


Resultaba que mi mirada de la fotografía era todavía muy técnica, todavía se trataba mucho de hacer imágenes y no me había dado cuenta de la importancia de relacionarme con ellas.


Si algo admiro tremendamente de Antoine D’Agata es que sus imágenes, más allá del contexto en el que trabaje, son un reflejo de cómo comprende la vida, su historia y el concepto de oscuridad, y no hablo de oscuridad como falta de luz, oscuridad en temas de pensamiento.


Imágenes movidas como las que D’Agata hace las puede hacer cualquiera que deje que a la cámara le entre luz por un tiempo prolongado. Técnicamente es muy simple, la cámara te permite controlar el tiempo que quieras exponer la imagen y es probablemente una de las primeras cosas que se aprende cuando trabajas en modo manual.


Hay muchas personas, muchos fotógrafos hablando de cómo se hace una buena foto. En este caso, para fotografía nocturna, puede ser un desafío. La mayoría va a decir qué hay que subir la sensibilidad, usar una película diferente, abrir más el diafragma para tener un mejor rango de luz. Técnicamente es fácil pero ¿qué pasa cuando te das cuenta de que lo que está frente a tu cámara pierde todo el sentido cuando  haces la foto de la manera correcta? Justamente a eso se refería Antoine D’Agata.


En el plano técnico se suele hablar de los tiempos en los que se configura la cámara y ya. Cortos tiempos para lograr que los objetos se congelen en su movimiento y largos tiempos para esas imágenes que parecen un barrido. Pero la fotografía no es una clase de química en la que si no sigues las reglas algo puede explotar.


Es cierto que el plano técnico tiene todo que ver con cómo configuras el disparador de la cámara, pero hay algo que es igual de importante, o tal vez más: esa realidad que pasa frente al lente.


Convengamos en que la realidad no es una sola, y es cómo la percibimos lo que hace que algunos artistas se destaquen del resto. En el caso de la fotografía la relación del fotógrafo con esa realidad es lo más importante, el cómo entiende el mundo que lo rodea. Cuando logra llevar esa visión a la configuración del obturador y comprende que esa relación ahora, no es que pase por la cámara, sino que se extiende hasta la cámara, solo ahí la fotografía pasa a convertirse en algo personal, ya hablamos de un fotógrafo que maneja sus ideas y la técnica para poder representarlas.


Después de mi conversación con Antoine D’Agata mi forma de ver las cosas cambió para siempre, pero eso no significa que ahora haga fotografías como él me dijo que las hiciera. Insisto, esto se trata del fotógrafo y la mirada es absolutamente personal.


Cuando me encontré con fotógrafos que también habían trabajado y estudiado la noche, como Brassaï, decidí por seguir un estilo que se ajustara más a mi forma de ver el mundo, en este caso, con esa línea clásica.


Aquí es cuando la fotografía comienza a proyectar una belleza especial, cuando el autor toma decisiones que se sienten pensadas y trabajadas por un buen tiempo, cuando lo representan y de alguna manera dejan ver cómo entiende el mundo.


Pero esa es solo una de las formas en las que se puede hablar del tiempo. Las otras dos tal vez se escapan un poco de lo que el lenguaje fotográfico es, pero creo que vale la pena ser consciente de que son parte de lo que todos los fotógrafos vivimos.

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